viernes, 29 de junio de 2007

EL VENDEDOR DE PARAGUAS

En tiempos de la dinastía Tang, el filósofo chino Huang Tse Chen se hizo célebre y rico con una convincente doctrina sobre la irrealidad de las lluvias, con la que se consolaban, sobre todo, los habitantes de las zonas lluviosas del Imperio. Tanto así que cuando las lluvias eran más torrenciales era justamente cuando con mayor algarabía se despojaban de sus sombreros y chinelas.
Huang Tse Chen, que había tenido una juventud miserable, acostumbraba pasearse los domingos por el mercado. En uno de esos paseos encontró un día a un vendedor de paraguas y se detuvo a explicarle los fundamentos de su doctrina. Fue tan claro y persuasivo en su exposición que, al cabo de ella, el vendedor de paraguas no pudo contener las lágrimas y lloró. Chen le preguntó el motivo de su llanto y el hombre le respondió: Huang, lo que tú dices de la lluvia es gran verdad, pero yo no sé hacer otra cosa que vender paraguas, si no lo hago morirán de hambre mi mujer y mis hijos.
Las lágrimas y el dolor del hombre conmovieron de tal modo a Huang Tse Chen que esa misma noche se encerró en sus aposentos con el fin de formular una nueva doctrina, pero esta vez sobre la irrealidad de las lágrimas. El retiro duró treinta días y treinta noches.
Cuando Huang Tse Chen concluyó sus meditaciones era domingo. A partir de entonces, el mercado vio la reconfortante escena de dos vendedores de paraguas charlando y riéndose alegremente.

ODA AL SONETO




GLORIOSA cárcel del reo delirante,
Murallón con sus catorce alabarderos,
Geometría del espacio, burladeros
Del toro azul y el torero desafiante.

Viejo panida, mecánico y errante
De mundo a mundo; ábrego con luceros,
Caballito de la mar de los joyeros,
Semana doble y sin luna del amante.

Tambor fantasma, rumor de los rumores,
Trigo al que cuidan espanta-ruiseñores,
Clavel verdugo, sermón ajusticiado,

Yo, mal Quijote, te rindo mi armadura.
Querer libar en tu flor fue mi locura
Y batallar contra ti, mi peor pecado.

Entorno a Proteo I


Proteo: Dios Marino de la mitología griega. Hijo de Océano y Tetis o, según otra tradición, de Neptuno. Dotado de poder profético y capaz de metamorfosearse infinitamente. Revelaba el porvenir a aquellos que lograban capturarlo, lo que sólo era posible mientras dormía.
(Quillet T7)



Si la palabra es oral, dura lo que en el viento. Si escrita, lo que dura la materia donde se graba. No obstante, el hombre aspira a que su palabra permanezca, lo cual es posible sólo en dos lugares: la memoria y el corazón de los hombres. Pero allí sólo prevalece la palabra esencial. Y ésa es la palabra del poeta.


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La poesía vive una vida implacable. Todos sus actos son certeros, orgánicamente necesarios, inequívocos. La ambigüedad o el error la fulminan. Los poemas que se escriben para engendrar esa vida están armados contra la muerte. Ninguna sombra puede ocultarlos; ningún límite, detenerlos.

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En Borges se cumple, mejor que en nadie, el aserto de Toymbee de que la historia es hija de la mitología. Borges transparenta la historia hasta dejar visible la fuente mágica de donde ella emana. Sus poemas nos revelan que el tiempo pertenece definitivamente al misterio. Nos devuelven a las orillas de un presente precario, en donde descubrimos otra vez que somos y no somos, es decir que no tenemos historia, que estamos viniendo todavía del sueño y de la sombra.


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El poeta no afirma, el poeta interroga. Toda la poesía no es más que una inmensa pregunta en busca de la Respuesta. Pero ésta jamás se produce. Detrás de la vida, de la muerte y de la nada, mora el irritable Proteo y sus infinitas figuras. Nunca sabremos quién es ni cómo es. La poesía es inoportuna porque siempre pregunta.