En 1994, un muchacho de treinta y tres años detuvo su furgoneta en una solitaria ribera de un río de Johannesburgo y se puso a contemplar el paisaje. La brisa movía las hojas umbrosas de los árboles y algún pájaro anónimo cantaba, como cuando él tenía seis años e iba a ese mismo lugar a jugar con sus amigos. Mostraba unas ojeras enormes y su mirada estaba envuelta en un halo de infinita tristeza. De pronto se animó, bajó del auto, abrió la maletera, sacó una manguera que conectó al tubo de escape y regresó al volante. Cerró todo. Unos minutos después estaba muerto. Se había suicidado inhalando el monóxido de carbono de su vehículo. Cuando lo encontraron, parecía dormir plácidamente, mientras en su walkman sonaban todavía unos melodiosos tonos de rock country.
Se llamaba Kevin Carter. Era un sudafricano blanco; había nacido en 1960 y desde 1984 se dedicaba exclusivamente a su trabajo como cronista gráfico. Dos meses antes de morir había ganado el Premio Pulitzer de Fotoperiodismo con una fotografía publicada en el New York Times y tomada en 1993, en Ayod, una polvorienta aldehuela en Sudan. El solo describir este testimonio gráfico eriza los pelos y deja caer sobre el espíritu los garfios de un horror indescriptible: una niña negra, famélica, desnuda y vencida por el hambre, ha comenzado a morir. A pocos metros de ella, expectante, un buitre aguarda su muerte para iniciar el sangriento ritual de devorarla. El animal parece estar hecho de sombras y de piedra, mientras que la pequeña –ya sólo piel y huesos– experimenta los últimos estragos de la vida.
Carter tenía tres amigos fotógrafos (Ken Oosterbroek, Greg Marinovich y João Silva) con quienes conformaba un grupo al que apodaban el “Bang Bang Club”. Se caracterizaban por su intrepidez para exponerse al peligro en la violenta guerra que asoló Sudáfrica después de la liberación de Mandela, su afición a las drogas duras y sus fotografías espeluznantes e incluso truculentas. Fueron ellos los primeros a quienes les contó los pormenores de la foto de Ayod: tuvo que esperar más de veinte minutos para lograr el encuadre perfecto, deseaba vivamente que el animal se acercara mucho más a la niña y que abriera las alas, pero no lo logró. Una vez hecha la foto, no hizo nada por ayudar a la pequeña; sólo espantó al buitre con una rama, se embarcó en la avioneta y desapareció del lugar. Mientras volaba, un ángel bondadoso y un ángel diabólico peleaban dentro de él. Este último lo invitaba a sonreír, pues sin duda había conseguido la foto que le daría fama y dinero. El ángel bondadoso, encerrado en una lágrima, lo contemplaba con la infinita piedad de un dios herido.
El premio Pulitzer está dotado de 10,000 dólares y se entrega en New York. En mayo de 1994, Kevin Carter fue a recibirlo, y esa misma noche empezó a dilapidarlo. Se aturdió bebiendo y envenenándose con su droga favorita: Pipa Blanca – una psicotrópica mezcla de mandrax y marihuana –en un bullicioso pub aledaño al Central Park; luego atravesó el puente sobre el río Hudson hasta que fue a dar con sus huesos en algún hotel de la inmensa y reverberante Gran Manzana. A pocos metros de su alma, el buitre negro de la muerte lo acechaba. En Sudáfrica, la guerra había concluido; uno de sus amigos, Ken Oosterbroek, había muerto en medio de un tiroteo en plena refriega, y ahora él recibía dinero y prestigio por haber mostrado al mundo una foto donde una niña hambrienta moría mientras un buitre aguardaba los despojos.
La foto lo torturó desde un primer momento. “Es la foto más importante de mi carrera pero no estoy orgulloso de ella, no quiero ni verla. La odio. Todavía estoy arrepentido de no haber ayudado a la niña”, declaró a sus colegas. Bastan estas palabras para intuir los inclementes ramalazos de culpa que azotaban la conciencia de Kevin Carter. Con el tiempo, esa foto se convirtió en un buitre expectante, y él en la niña famélica que empezaba a morir. Carter sabía que cuando disparó su cámara había dado el primer picotazo sobre el cuerpo exangüe de la pequeña; es decir, se había adelantado al siniestro animal que la acechaba. Es decir, se sintió mucho más animal que el propio buitre. Si bien innumerables periodistas han exculpado a Carter en nombre de esa “coraza” con la que deben blindarse los corresponsales de guerra para sobrevivir y sensibilizar a la humanidad con sus testimonios, lo cierto es que el fotógrafo sudanés nunca pudo exculparse a sí mismo. Y lo que importa ahora es lo que él sintió y no lo que nosotros queramos sentir para justificar sus actos.
Hay quienes sostienen que Kevin Carter no se suicidó debido a la foto de la niña y el buitre, sino por el agobio causado por las drogas o tal vez por la muerte de su mejor amigo, o por el desamor y la soledad que fueron como su duro pan de cada día. Yo tengo una alternativa más para explicar su muerte. Es terrible, lo sé, pero estoy en la obligación de confesarla: Carter logró fotografiar la muerte de la niña; y luego el preciso instante en que el enorme buitre le picoteó la nuca y empezó a descarnarla. Pero esa placa – abominable revoltijo de yerba, tierra y sangre – habría hecho más evidente su artrosis emocional y su cinismo. Habría sido demasiado.
La mañana que Carter llevó su furgoneta hasta aquella ribera del río de Johannesburgo donde se quitó la vida, escribió en una hoja de papel: “Continuamente me persiguen los vívidos recuerdos de las matanzas, los cadáveres, la ira, el dolor, los niños desfallecidos por el hambre, los heridos, los locos de gatillo fácil, muy a menudo policías, los asesinos ejecutores. Me voy a reunir con Ken…, si tengo esa suerte”.¿Se tragaron las aguas del río el carrete donde Kevin Carter estampó la última foto de la niña y el buitre?
Se llamaba Kevin Carter. Era un sudafricano blanco; había nacido en 1960 y desde 1984 se dedicaba exclusivamente a su trabajo como cronista gráfico. Dos meses antes de morir había ganado el Premio Pulitzer de Fotoperiodismo con una fotografía publicada en el New York Times y tomada en 1993, en Ayod, una polvorienta aldehuela en Sudan. El solo describir este testimonio gráfico eriza los pelos y deja caer sobre el espíritu los garfios de un horror indescriptible: una niña negra, famélica, desnuda y vencida por el hambre, ha comenzado a morir. A pocos metros de ella, expectante, un buitre aguarda su muerte para iniciar el sangriento ritual de devorarla. El animal parece estar hecho de sombras y de piedra, mientras que la pequeña –ya sólo piel y huesos– experimenta los últimos estragos de la vida.
Carter tenía tres amigos fotógrafos (Ken Oosterbroek, Greg Marinovich y João Silva) con quienes conformaba un grupo al que apodaban el “Bang Bang Club”. Se caracterizaban por su intrepidez para exponerse al peligro en la violenta guerra que asoló Sudáfrica después de la liberación de Mandela, su afición a las drogas duras y sus fotografías espeluznantes e incluso truculentas. Fueron ellos los primeros a quienes les contó los pormenores de la foto de Ayod: tuvo que esperar más de veinte minutos para lograr el encuadre perfecto, deseaba vivamente que el animal se acercara mucho más a la niña y que abriera las alas, pero no lo logró. Una vez hecha la foto, no hizo nada por ayudar a la pequeña; sólo espantó al buitre con una rama, se embarcó en la avioneta y desapareció del lugar. Mientras volaba, un ángel bondadoso y un ángel diabólico peleaban dentro de él. Este último lo invitaba a sonreír, pues sin duda había conseguido la foto que le daría fama y dinero. El ángel bondadoso, encerrado en una lágrima, lo contemplaba con la infinita piedad de un dios herido.
El premio Pulitzer está dotado de 10,000 dólares y se entrega en New York. En mayo de 1994, Kevin Carter fue a recibirlo, y esa misma noche empezó a dilapidarlo. Se aturdió bebiendo y envenenándose con su droga favorita: Pipa Blanca – una psicotrópica mezcla de mandrax y marihuana –en un bullicioso pub aledaño al Central Park; luego atravesó el puente sobre el río Hudson hasta que fue a dar con sus huesos en algún hotel de la inmensa y reverberante Gran Manzana. A pocos metros de su alma, el buitre negro de la muerte lo acechaba. En Sudáfrica, la guerra había concluido; uno de sus amigos, Ken Oosterbroek, había muerto en medio de un tiroteo en plena refriega, y ahora él recibía dinero y prestigio por haber mostrado al mundo una foto donde una niña hambrienta moría mientras un buitre aguardaba los despojos.
La foto lo torturó desde un primer momento. “Es la foto más importante de mi carrera pero no estoy orgulloso de ella, no quiero ni verla. La odio. Todavía estoy arrepentido de no haber ayudado a la niña”, declaró a sus colegas. Bastan estas palabras para intuir los inclementes ramalazos de culpa que azotaban la conciencia de Kevin Carter. Con el tiempo, esa foto se convirtió en un buitre expectante, y él en la niña famélica que empezaba a morir. Carter sabía que cuando disparó su cámara había dado el primer picotazo sobre el cuerpo exangüe de la pequeña; es decir, se había adelantado al siniestro animal que la acechaba. Es decir, se sintió mucho más animal que el propio buitre. Si bien innumerables periodistas han exculpado a Carter en nombre de esa “coraza” con la que deben blindarse los corresponsales de guerra para sobrevivir y sensibilizar a la humanidad con sus testimonios, lo cierto es que el fotógrafo sudanés nunca pudo exculparse a sí mismo. Y lo que importa ahora es lo que él sintió y no lo que nosotros queramos sentir para justificar sus actos.
Hay quienes sostienen que Kevin Carter no se suicidó debido a la foto de la niña y el buitre, sino por el agobio causado por las drogas o tal vez por la muerte de su mejor amigo, o por el desamor y la soledad que fueron como su duro pan de cada día. Yo tengo una alternativa más para explicar su muerte. Es terrible, lo sé, pero estoy en la obligación de confesarla: Carter logró fotografiar la muerte de la niña; y luego el preciso instante en que el enorme buitre le picoteó la nuca y empezó a descarnarla. Pero esa placa – abominable revoltijo de yerba, tierra y sangre – habría hecho más evidente su artrosis emocional y su cinismo. Habría sido demasiado.
La mañana que Carter llevó su furgoneta hasta aquella ribera del río de Johannesburgo donde se quitó la vida, escribió en una hoja de papel: “Continuamente me persiguen los vívidos recuerdos de las matanzas, los cadáveres, la ira, el dolor, los niños desfallecidos por el hambre, los heridos, los locos de gatillo fácil, muy a menudo policías, los asesinos ejecutores. Me voy a reunir con Ken…, si tengo esa suerte”.¿Se tragaron las aguas del río el carrete donde Kevin Carter estampó la última foto de la niña y el buitre?
5 comentarios:
Ante semejante realidad, me pregunto por la inventiva de la ficciOn.
Desgarradora, una excelente aproximación a la realidad de Carter. La foto que se convirtió en su buitre y él, en la inocente víctima.
Es uno de tus mejores textos. Por el tema, por el lenguaje, y por lo que transmite. Un abrazo.
Aquellos,por inocencia o por conveniencia creen que el comunismo es la gran solucion a los problemas,les pregunto.
Porque colapso?
Porque uno de los paises mas pobre es Corea de Norte?
Porque La Union Sovietica se desintegro?
Porque el muro de Berlin, el pueblo lo derrumbo?
Porque China y Vietnam recurren al capitalismo de estado para sobrevivir? Y en el caso de china transformarse en una potenca gracias al capitalismo.
Porque Los Castros estan llevando a cuba a una sociedad capitalista
poco a poco?
Si el comunismo es tan bueno y bueno. ?Porque fracaso?
Las cosas cuando no funcionan se tiran a la basura y punto.
Comentarios:
Si Allende no hubiera muerto,?Chile ocuparia una posicion adelantada a muchas naciones hispanas? Lo mismo Espana y otros paises.
Pieso que los comunistas son retrogrados utopicos.
El capitalismo no es perfecto,pero es lo mejor por ahora que tenemos.Como soy Pastor Cristiano pienso que la teocracia es mejor sistema de gobierno.
?Porque no hay libertad en naciones comunistas.Una cosa es la teoria y otra es la practica.
Fui comunista por trinta largos an...
Abajo el comunismo materialista y ateo.
Prof. Cintron.
CUANDO ESCRIBAN NO ME HABLEN DE TEORIA MARCISTA-LENINISTA Y ...
TAMPOCO HECHEN LAS CULPAS A"IMPERIALISMO" DE SUS FRACASOS.
NO PERDERE MI TIEMPO LEYENDO TONTERIAS.
Arruinaste el blog tan bueno con tus comentarios tan desafortunados y tan fuera de lugar.
Publicar un comentario