“Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra
traspasado por un rayo de sol: y de pronto anochece.”
Salvatore Quasimodo
Salvatore Quasimodo
Las palabras deben decirse puras, deben ser ramas sin hojas, una calle en la niebla iluminada,
Una frente de mujer el domingo por la mañana.
Las palabras se atan y se desatan, se mueren y se reviven, se quiebran y se enhiestan,
Se arrojan, se descerrajan, se borran y se atiborran en los laberintos, en los parques, en las norias.
Libremos a las palabras de su bulto nocturno, de su culto diurno y del oculto taciturno.
Humedezcamos las palabras antes de que abra el sol, a hermanarlas con el pez, a cogerlas de la pelambre y mostrarlas al mercader.
Que no haya duda: la saloma de las palabras debe espantar a los usureros, a los que tremolan banderas, a los ciegos de corazón, a los mudos de las orejas, a los hojalateros, a los rabdomantes y a los ladrones de ventanales y puertas.
Las palabras deben alumbrar a los desesperados.
Deben ser esas que se escriben en las cartas que leen los soldados en las trincheras.
Sólo tienen derecho a decirse palabras los enamorados.
Los demás que callemos, que se nos llenen de tierra los bolsillos, la garganta, el cuenco de los ojos y las manos ya muertas.
Si yo tuviera palabras las diría
Como las dice el viento, el vientre de la culebra, el rastro de la ola, el pájaro desafiante, el agua cuando corre, el ebrio cuando celebra.
Una frente de mujer el domingo por la mañana.
Las palabras se atan y se desatan, se mueren y se reviven, se quiebran y se enhiestan,
Se arrojan, se descerrajan, se borran y se atiborran en los laberintos, en los parques, en las norias.
Libremos a las palabras de su bulto nocturno, de su culto diurno y del oculto taciturno.
Humedezcamos las palabras antes de que abra el sol, a hermanarlas con el pez, a cogerlas de la pelambre y mostrarlas al mercader.
Que no haya duda: la saloma de las palabras debe espantar a los usureros, a los que tremolan banderas, a los ciegos de corazón, a los mudos de las orejas, a los hojalateros, a los rabdomantes y a los ladrones de ventanales y puertas.
Las palabras deben alumbrar a los desesperados.
Deben ser esas que se escriben en las cartas que leen los soldados en las trincheras.
Sólo tienen derecho a decirse palabras los enamorados.
Los demás que callemos, que se nos llenen de tierra los bolsillos, la garganta, el cuenco de los ojos y las manos ya muertas.
Si yo tuviera palabras las diría
Como las dice el viento, el vientre de la culebra, el rastro de la ola, el pájaro desafiante, el agua cuando corre, el ebrio cuando celebra.
Las palabras deben decirse en el instante que ese rayo de luz nos atraviesa.
1 comentario:
Admiro el lirismo y la profundidad de su poesía. Yo, en mi habitual dolce far niente, encontré esta frase de uno de mis poetas favoritos (Alexander Pope) que, con su perdón, transcribiré: "Las palabras son como las hojas; cuando abundan, poco fruto hay entre ellas".
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