Me noticié por primera vez de la vida y obra del poeta liberteño Luis Valle Goycochea en Chosica, allá por el año 1967, gracias a mi maestro el poeta Víctor Mazzi Trujillo. Mazzi lo había conocido personalmente, y se complacía en contarnos a sus contertulios algunas anécdotas del “curita” Valle. Lo llamaban así sus más íntimos amigos, pues pertenecía a la congregación religiosa de los franciscanos. Una de las anécdotas más divertidas lo pintaba escapándose del convento, luego de sus recoletas actividades cotidianas, para pasar la noche con sus amigos bohemios al amparo de un buen vino. Me causaba hilaridad imaginarlo haciendo malabares de fuga en alguna ventana o claraboya del convento, mientras los otros monjes seguramente dormían o rezaban.
Mazzi lo quería mucho y lo recordaba siempre. Lo describía como un hombre esencialmente melancólico y reconcentrado, una especie de niño rural perdido en la barahúnda de Lima, saturado de extrañas angustias y acosado por una vocación bifronte que lo hacía oscilar entre la vida monástica y la literatura. Valle había nacido en 19ll (aunque algunos autores fechan su nacimiento en 1909 o 1910) y murió en Lima el 13 de agosto de 1953, atropellado, según Edmundo de los Ríos, “por un irresponsable conductor que lo dejó malherido y huyó sin socorrerlo”. Ciro Alegría, sin embargo, en uno de sus varios artículos sobre el poeta, a quien lo unía una fraterna amistad, sugiere que Valle Goycochea probablemente se suicidó. “He tenido la impresión – escribe –de que se evadió de un mundo que no respondía a su armonioso ideal de vida y belleza.”
Junto con retazos de su vida, conocí también la poesía y algunos textos narrativos de Valle Goycochea. Aún recuerdo la gratísima emoción que me dejaron Las canciones de Rinono y Papagil y El sábado y la casa, sus libros más conocidos y celebrados hasta hoy. Recuerdo esa emoción porque la experimento pocas veces. Es la de la palabra sencilla contrariando las preceptivas y las convenciones literarias; cuidadosa de sí misma, sabedora de su carga de sugestiones, pletórica de verdad y deseosa de ser el fiel reflejo de un mundo raigal y entrañable que el poeta se niega a desvirtuar. Los poemas de Valle Goycochea son como sutiles garfios, con ellos se aferra a un universo arcádico frente a lo hostil e incomprensible del mundo real. Expresan el rechazo a un orden inhumano, a una realidad lacerante. El tiempo, para este hiperestésico poeta, se traduce en ausencia, deterioro, soledad y muerte. Y por eso se embarca en la palabra y rema ansioso hacia su propia infancia, al rescate de la inocencia perdida.
Sin embargo, Valle no es un poeta artesanal o literariamente ingenuo. No. Desde muy joven era ya un lector depurado y un creador cuidadoso. Ciro Alegría, en sus notas autobiográficas, recuerda que alrededor de 1928 “Valle Goycochea mostraba mucho apego a la preceptiva, aunque notábase que le hacía doler. Era como si se aplicara a sí mismo la regla de que la letra con sangre entra. Resultaba un condenado a galeras de metro y rima”. Una buena cantidad de sus primeros poemas, desechados luego por propia voluntad o consejo de algunos amigos, eran ceñidos romances y sonetos. Su estilo llano y coloquial, fue, por lo tanto, el resultado de una elección seriamente pensada y no, como creen algunos, el fruto en agraz de un escritor técnicamente desaprensivo. Valle perteneció al grupo de los “poetas nativistas” cuya característica fue esa controvertida, pero sencilla, manera de expresarse. Su poesía recupera una de las propuestas abiertas por el propio Vallejo en Los heraldos negros, se concilia en algún punto con la gama poética de Eguren, retoma el sabor pueblerino de Valdelomar y opta por un camino propio. En su Panorama de 1938, Estuardo Núñez enjuicia la obra de Valle Goycochea y de Alberto Guillén en los siguientes términos: “Pero, si ambos se apartan de las formas ya trilladas del romance hispánico, incurren, en cambio, dentro de su simplicidad para recoger la ingenua impresión lugareña, en cierto alejamiento del campo estrictamente poético. Sus poemas se aproximan sensiblemente a la prosa. La carga de su emoción se diluye en largos circunloquios descriptivos o enumerativos.” Como se ve, el buen maestro sanmarquino no logró categorizar en su momento los aciertos y desaciertos del poeta.
Un error frecuente en la valoración de Valle Goycochea es considerarlo como un “poeta para niños”, como sucede con Eguren. Es un error porque él no escribió su obra premeditando a los niños como destinatarios. Los temas, el tono, el aire de sus composiciones responden a hondas necesidades expresivas, a impulsos estrictamente subjetivos del poeta. Cualquier niño, adecuadamente cultivado, puede por cierto disfrutar de sus poemas, pero hacen mal los profesores y críticos calificando a Valle como un “poeta infantil”, pues tal criterio desvirtúa la esencia y el sentido de su obra. Valle escribió para todos, sin recetas, sin didactismo, con el único objeto de ofrecer el atribulado testimonio de un hombre de su tiempo. Por esta razón, la importancia de su obra, lejos de diluirse con el tiempo, se mantiene y acrecienta. En 1973, el maestro Alberto Escobar lo consignó en su ya clásica Antología de la poesía peruana editada por PEISA; en 1974 el INC publicó su Obra poética; y Ricardo Gonzáles Vigil lo ha considerado en un lugar de privilegio en su Poesía peruana del siglo XX, editada por Petroperú el año 2000.
Valle Goycochea fue, con todas sus limitaciones, un escritor de genuina vocación literaria. Junto con los escritores más importantes de su generación (los hermanos Peña Barrenechea, Luis Fabio Xammar, José Varallanos, Ciro Alegría, José María Arguedas, César Vallejo y el propio Eguren, entre otros) participó activamente en el desarrollo y modernización de la literatura peruana. El sendero estilístico de Valle Goycochea y de quienes lo acompañaron en su propuesta, explica y fundamenta, hoy mismo, la poesía “coloquial” de poetas como Efraín Miranda, el primer Marco Martos, Francisco Carrillo, Eleodoro Vargas Vicuña, y otros del interior del país. como el liberteño Angel Gavidia y el piurano José María Gahona.
Valle Goycochea murió de noche y atropellado por un carro. Y como Scorza y Heraud, anunció también su propia muerte. En Parva, ese maravilloso librito de poemas en prosa, publicado en 1938, incluyó uno titulado Biografía de la muerte, donde escribió: La muerte llegó de la noche y volvió a la noche y sigue girando por la vida: va de la luz a la sombra y de la sombra a la luz.
Mazzi lo quería mucho y lo recordaba siempre. Lo describía como un hombre esencialmente melancólico y reconcentrado, una especie de niño rural perdido en la barahúnda de Lima, saturado de extrañas angustias y acosado por una vocación bifronte que lo hacía oscilar entre la vida monástica y la literatura. Valle había nacido en 19ll (aunque algunos autores fechan su nacimiento en 1909 o 1910) y murió en Lima el 13 de agosto de 1953, atropellado, según Edmundo de los Ríos, “por un irresponsable conductor que lo dejó malherido y huyó sin socorrerlo”. Ciro Alegría, sin embargo, en uno de sus varios artículos sobre el poeta, a quien lo unía una fraterna amistad, sugiere que Valle Goycochea probablemente se suicidó. “He tenido la impresión – escribe –de que se evadió de un mundo que no respondía a su armonioso ideal de vida y belleza.”
Junto con retazos de su vida, conocí también la poesía y algunos textos narrativos de Valle Goycochea. Aún recuerdo la gratísima emoción que me dejaron Las canciones de Rinono y Papagil y El sábado y la casa, sus libros más conocidos y celebrados hasta hoy. Recuerdo esa emoción porque la experimento pocas veces. Es la de la palabra sencilla contrariando las preceptivas y las convenciones literarias; cuidadosa de sí misma, sabedora de su carga de sugestiones, pletórica de verdad y deseosa de ser el fiel reflejo de un mundo raigal y entrañable que el poeta se niega a desvirtuar. Los poemas de Valle Goycochea son como sutiles garfios, con ellos se aferra a un universo arcádico frente a lo hostil e incomprensible del mundo real. Expresan el rechazo a un orden inhumano, a una realidad lacerante. El tiempo, para este hiperestésico poeta, se traduce en ausencia, deterioro, soledad y muerte. Y por eso se embarca en la palabra y rema ansioso hacia su propia infancia, al rescate de la inocencia perdida.
Sin embargo, Valle no es un poeta artesanal o literariamente ingenuo. No. Desde muy joven era ya un lector depurado y un creador cuidadoso. Ciro Alegría, en sus notas autobiográficas, recuerda que alrededor de 1928 “Valle Goycochea mostraba mucho apego a la preceptiva, aunque notábase que le hacía doler. Era como si se aplicara a sí mismo la regla de que la letra con sangre entra. Resultaba un condenado a galeras de metro y rima”. Una buena cantidad de sus primeros poemas, desechados luego por propia voluntad o consejo de algunos amigos, eran ceñidos romances y sonetos. Su estilo llano y coloquial, fue, por lo tanto, el resultado de una elección seriamente pensada y no, como creen algunos, el fruto en agraz de un escritor técnicamente desaprensivo. Valle perteneció al grupo de los “poetas nativistas” cuya característica fue esa controvertida, pero sencilla, manera de expresarse. Su poesía recupera una de las propuestas abiertas por el propio Vallejo en Los heraldos negros, se concilia en algún punto con la gama poética de Eguren, retoma el sabor pueblerino de Valdelomar y opta por un camino propio. En su Panorama de 1938, Estuardo Núñez enjuicia la obra de Valle Goycochea y de Alberto Guillén en los siguientes términos: “Pero, si ambos se apartan de las formas ya trilladas del romance hispánico, incurren, en cambio, dentro de su simplicidad para recoger la ingenua impresión lugareña, en cierto alejamiento del campo estrictamente poético. Sus poemas se aproximan sensiblemente a la prosa. La carga de su emoción se diluye en largos circunloquios descriptivos o enumerativos.” Como se ve, el buen maestro sanmarquino no logró categorizar en su momento los aciertos y desaciertos del poeta.
Un error frecuente en la valoración de Valle Goycochea es considerarlo como un “poeta para niños”, como sucede con Eguren. Es un error porque él no escribió su obra premeditando a los niños como destinatarios. Los temas, el tono, el aire de sus composiciones responden a hondas necesidades expresivas, a impulsos estrictamente subjetivos del poeta. Cualquier niño, adecuadamente cultivado, puede por cierto disfrutar de sus poemas, pero hacen mal los profesores y críticos calificando a Valle como un “poeta infantil”, pues tal criterio desvirtúa la esencia y el sentido de su obra. Valle escribió para todos, sin recetas, sin didactismo, con el único objeto de ofrecer el atribulado testimonio de un hombre de su tiempo. Por esta razón, la importancia de su obra, lejos de diluirse con el tiempo, se mantiene y acrecienta. En 1973, el maestro Alberto Escobar lo consignó en su ya clásica Antología de la poesía peruana editada por PEISA; en 1974 el INC publicó su Obra poética; y Ricardo Gonzáles Vigil lo ha considerado en un lugar de privilegio en su Poesía peruana del siglo XX, editada por Petroperú el año 2000.
Valle Goycochea fue, con todas sus limitaciones, un escritor de genuina vocación literaria. Junto con los escritores más importantes de su generación (los hermanos Peña Barrenechea, Luis Fabio Xammar, José Varallanos, Ciro Alegría, José María Arguedas, César Vallejo y el propio Eguren, entre otros) participó activamente en el desarrollo y modernización de la literatura peruana. El sendero estilístico de Valle Goycochea y de quienes lo acompañaron en su propuesta, explica y fundamenta, hoy mismo, la poesía “coloquial” de poetas como Efraín Miranda, el primer Marco Martos, Francisco Carrillo, Eleodoro Vargas Vicuña, y otros del interior del país. como el liberteño Angel Gavidia y el piurano José María Gahona.
Valle Goycochea murió de noche y atropellado por un carro. Y como Scorza y Heraud, anunció también su propia muerte. En Parva, ese maravilloso librito de poemas en prosa, publicado en 1938, incluyó uno titulado Biografía de la muerte, donde escribió: La muerte llegó de la noche y volvió a la noche y sigue girando por la vida: va de la luz a la sombra y de la sombra a la luz.
1 comentario:
Estoy casi seguro de que está usted confundiendo la forma en que se escribe el apellido del autor. En mi búsqueda por Internet encontré LUIS VALLE GOICOCHEA. A diferencia de cómo usted escribe: Luis Valle Goycochea. La diferencia, i latina en lugar de y en el segundo apellido.
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