martes, 2 de octubre de 2007

POR EL OSCURO FUEGO DE LA POESÍA DE HOY

Pintura de Óscar Alarcón Prieto



Llegar a la comprensión de la poesía moderna tiene sus dificultades, ya que ella se expresa por medio de enigmas y misterios. Sin embargo, en el transcurso de muchos años no ha dejado de ser fecunda. Se la cultiva en Alemania desde Rilke; en Francia desde Apollinaire; en España desde García Lorca, en Italia desde Palazzechi y en los países anglosajones desde William B. Yeats.

En las obras de estos autores, el lector accede a una primera característica de la poesía moderna: su oscuridad. Oscuridad que le aturde y le atrae al mismo tiempo, aunque no acierte a comprenderla. Es una cierta tensión que se aproxima más a la inquietud que al reposo. Esta tensión es precisamente uno de los propósitos básicos del artista contemporáneo.

Por lo tanto, esta oscuridad es deliberada. Baudelaire afirmaba: hay cierta gloria en no ser comprendido; y para el alemán Godfried Benn el poeta debe consagrarse a “algo que merece que no se intente convencer de ello a nadie”. El italiano Montale fue más enfático aún: si el problema de la poesía consistiera en hacerse comprender, afirmaba, nadie escribiría versos.

Y es que la poesía moderna busca expresamente alejarse de la racionalidad y de la comprensión. Trata de que los poemas resulten autónomos, es decir objetos válidos en sí y para sí mismos. En su libro QUÉ ES LA LITERATURA Sartre, refiriéndose a un poema de Rimbaub, dice que el poeta no ha querido decir nada, sino que simplemente ha dicho. Y entiende que el poema no es una significación sino una substancia, es decir “un objeto estético cuya extrañeza procede de que nosotros nos colocamos, para considerarla, del otro lado de la condición humana, del lado de Dios”. El poeta moderno actúa pues sobre capas pre-racionales y trata por todos los medios los medios de descubrirle nuevas facetas a lo conceptual.

Esta tensión que el poeta crea en el lector la genera fusionando elementos contradictorios entre sí; por ejemplo rasgos de origen arcaico y mítico con elementos de intelectualismo, ciertas formas de expresión con la complicación de lo expresado, la rotundidad del lenguaje con la oscuridad del contenido, la simpleza de los motivos con los arrebatos estilísticos.

Cuando la poesía contemporánea se ocupa de la realidad – ya sea de las cosas o de l hombre – no lo hace de una manera descriptiva sino llevándola al mundo de los insólito, deformándola y convirtiéndola en algo extraño a nosotros. “En poesía – afirma Friederich – como en otros campos, el hombre se ha convertido en dictador de sí mismo, destruye su propio ser natural, se destierra a sí mismo del mundo y destierra a su vez a éste, únicamente para satisfacer sus ansias de libertad. Esta es la curiosa paradoja de la deshumanización”.

Es realmente una curiosa paradoja la que vive el hombre en la poesía de hoy, pues en sus propósitos de deshumanizarla exalta el valor supremo de la libertad, de su propia libertad, y se coloca en ello nuevamente como el centro de todo.

Pero para arribar a esta situación el poeta ha tenido que eludir los sentimientos y su necesidad de comunicarlos. Prescinde de la humanidad en el sentido tradicional de la palabra para convertirse en el extraño mago que, a través del idioma, transforma y evade lo real según le plazca. Este hecho no sugiere que el poeta sea ajeno a los sentimientos o que no pueda ni deba crear estados de ánimo en sus lectores. No. Este hecho se produce, por cierto, pero precisamente porque el poeta ha intentado evadirlo y al hacerlo modula sensaciones nuevas. Víctor Hugo expresó esto de manera magistral cuando luego de conocer la poesía de Baudelaire le escribió: “Usted ha creado un estremecimiento nuevo”.

En la poesía actual hay un dramatismo agresivo que trata de disolver la correspondencia o ecuación entre los signos y lo signado, es decir entre las palabras y el contenido. Como resultado de ellos el lector no se siente seguro sino alarmado, pues en todo este juego resulta siendo la víctima. El lenguaje poético siempre se ha distinguido del lenguaje coloquial, de nuestro lenguaje cotidiano; pero antiguamente se trataba de una diferencia relativa y gradual. Más con el advenimiento de poetas como Baudelaire, Apollinaire, Mallarmé, Arthur Rimbaub, Lorca y Guillén esta diferencia se convirtió en radical. Todo se trastoca, reina la oscuridad y el sinsentido, la sintaxis sufre cambios antes inconcebibles.

El procedimiento poético más antiguo, es decir la metáfora, es tratada de una forma nueva que evita el natural término de comparación para unir, a trueque del sacrificio de lo real, cosas que objetiva y lógicamente no pueden unirse. El contenido del poema pasa a ser entonces esta dramática tensión de fuerzas formales, ya interiores o exteriores. Pero como ese poema continúa siendo, a pesar de todo, lenguaje, aunque sea lenguaje sin propósito de comunicación, se llega a la paradójica consecuencia de que quién lo percibe se siente a la vez atraído y desorientado.

El lector se siente ante algo anormal o anómalo y con ello satisface al poeta que precisamente buscaba conseguir ese efecto de sorpresa y desconcierto. Pero sorprender y desconcertar tiene sus inconvenientes, porque para ellos hay que valerse de la anormalidad. Uno de los inconvenientes los padece el propio poeta, puesto casi siempre en los límites mismos de la neurosis y la locura; el otro inconveniente corre a cargo de la poesía, pies no falta quienes, mediante la impostura, juegan al desconcierto y la sorpresa, pretendiendo por ellos ser llamados poetas modernos.

Es por esa razón que la poesía moderna, lo mismo que el arte moderno en su conjunto, no puede atacarse ni defenderse a priori. Para adoptar un juicio valorativo ante una obra de arte moderno es necesario, de todos modos, apreciarlo mediante el conocimiento. Y el problema de nuestro tiempo es que carece de categorías cognoscitivas para abordar su estudio, aún cuando se acepta la dificultad y hasta la imposibilidad de su comprensión como una de sus características primordiales.

Por el momento, sin embargo, la poesía moderna se define por sus atributos negativos, por lo general referidos a la forma. Algunos de estos atributos son los que refirió Lautremont en 1870 cuando dijo que la literatura del porvenir sería “congojas, desorientaciones, indignidades, muecas, predominio de lo excepcional y de lo absurdo, oscuridad, fantasía desenfrenada, tenebroso afán, disgregación de los más antagónicos elementos, ansias de aniquilación”.

Otros escritores han definido la poesía moderna como “desorientación, disolución de lo corriente, sacrificio del orden, incoherencia, pragmatismo, reversibilidad, estilo en serie, poesía despoetizada, relámpagos destructores, choque brutal”. En 1932, Dámaso alonso decía: “De momento no hay más remedio que definir nuestro arte en términos negativos”.

1 comentario:

CÉSAR CASTILLO GARCÍA dijo...

me parece, además, que hay correspondecia en el avance del pensamiento o, digamos, en el resquebrajamiento de las taras sociales, con la búsqueda de la poesía por encontrar un continente adecuado que se adapte mejor en su convivencia con el hombre. Un diálogo, digamos una conversación por chat, puede tener dimensión y poesía, a pesar de tener un cierto semblante coloquial. ¿En qué sentido? Cuando un poeta escribe sobre el papel, se comunica con una entidad detrás del papel o de los espejos... pero cuando uno chatea, por ejemplo, se está comunicando con otro organismo viviente e inteligente que no es el poeta, pero que en algún momento pueden alcanzar un cierto grado de iluminación. Sin embargo, él, puede seguir siendo quien oriente la barcaza de los versos... porque el vehículo de la iluminación, la palabra, hace que se estrechen las ánimas