domingo, 27 de abril de 2008

TESTIMONIO Y POEMAS

Pintura de Óscar Alarcón


Se marcharon ya los tiempos de mi estancia en la tierra. Los que estuvieron poblados por altas montañas, bosques en llamas y seres encendidos cuyas innumerables manos abrían los roquedales de la sombra al acoso del alba.

En esa tierra canté de acuerdo a los códigos del tiempo, pronuncié la palabra azul de los desesperados y anuncié el advenimiento de la dicha. Por entre sus árboles anduve a la vera de Nazim Hikmet, Blas de Otero, Juan Gonzalo Rose, Vallejo, Atila Joszef y tantos otros. Era el tiempo del canto rebelde, hora de la poesía que es limo y relámpago, fragor, encantamiento, toro, y cendal que baja de las alturas hacia el mar. Hasta el amor se parecía a las piedras, los pájaros eran llamaradas y el viento lamía las llagas de los desgraciados.

Esa fue la temperatura de mis primeros versos. Tenían fiebre de cíngaro, sabor a las calles de Madrid en 1937, aromas de Góngora y de Lope. Nunca he renegado de ellos, pues con ellos se agrandó mi voz, se templó mi canto, y supe que algo sutil y tembloroso, al otro lado de sus palabras, me esperaba. Fueron y son mis versos amados. Los llevo siempre conmigo para que me recuerden mis deberes de pájaro terrestre, mi estirpe de pescador, de albañil, de zapatero.

La poesía es decurso que ocurre en la médula de la carne y la emoción. Por eso mis poemas de ahora simulan la antonimia de los que escribí en mi primera juventud. Pero eso es sólo un espejismo, un juego de manos sobre un sombrero de copa.

El amor no se mira en los espejos. Viene del hombre y en todas sus esferas es el mismo: irreductible. Incoercible. Necesario. Podría decir que mis versos de ahora son la metáfora de los primeros: una paloma sobre un número, una rosa sobre el filo de una navaja, el latido de un corazón en lo hondo de la tierra. Los atraviesa de extremo a extremo el viento del amor. Pero no el del amor plácido y solar, sino más bien el viento del amor atormentado. El de ese amor que baja y sube por nuestros huesos como una flor con espinas, o ése que dijo Lezama, el del rey ciego que ignora que ha sido destronado y muere cosido suavemente a su soledad nocturna.



PREGUNTO POR MI PATRIA

Y pregunto, pregunto por mi patria
Wáshington Delgado

¿De qué tamaño,
con qué rostro va mi patria,
por qué mares conduce su rosa de amarguras,
por qué tierras,
por qué montes
alza su amor herido
o va con su bandada de pájaros azules?

Yo pregunto, pregunto por mi patria.

¿Será ese mar que crece y me sepulta
en sueños?
¿Será esa novia muerta que busca caracolas
para guardar en ellas
palabras, alaridos, rumores de fantasmas?
¿Será esa mano cruel que arroja en mi ventana
cadáveres ardiendo?
¿Será ese hombre que afila sus cuchillos?
¿O aquel que ve caer la mustia tarde
de su prisión primera?
¿O esta sal en mis ojos?
¿O estas ganas acaso de arrancarme la lengua
y no hacer más preguntas ni balbucear poemas?

Yo pregunto, pregunto por mi patria.

Es duro pronunciar un nombre cierto,
Decirle pan al pan y al vino vino
Cuando en la boca un túmulo de sangre nos acalla.
Más duro si nos hinchan los párpados con héroes
Cuyos caballos beben de nuestro llanto inmenso
Y sus espadas brillan dejándonos sin sombra.
Y mientras nos aturden sus largos apellidos,
Nosotros, los oscuros, pelícanos enfermos,
Vamos de playa en playa, buscando entre las piedras
Dónde tender las plumas y abrevar el silencio.

Yo pregunto, pregunto por mi patria.

Pregunto dónde habitan sus relámpagos puros,
Dónde crece la torre de su esperanza,
Dónde guarda el diamante de sus días redentos,
Dónde esconde los ojos con que ha de ver mañana.
Pregunto en qué trinchera
Está el lanzón ardiendo de sus hombres futuros,
En qué alto campanario
Amontona con rabia su carbón de blasfemias.
Pregunto por el aire de su risa.
Pregunto por el pan sobre sus mesas.
Pregunto en qué ribera las muchachas
Le lavarán las fúlgidas mantas de su dicha.
Pregunto si los hijos de mis hijos
Tocarán su estatura verdadera.

Yo pregunto, pregunto por mi patria.

Yo pregunto en mitad de las tinieblas.





LA QUINTA


En estos tiempos no caen ya castañas
Y el otoño es un gris electricista
Que ha llegado a su tiempo y nos instala
Una estufa doliente y desgastada
En las viejas paredes de esta quinta.

Ya no hay elfos y a nadie se le ocurre
Irse a ver un zorzal junto a un estanque.
Un avión no es más triste que una nube
Y en la paz un pichón se rasca implume
Sin saber qué pensar de tanta sangre.

Se rompieron, mi amor, las panderetas
Y el pescante aguardando entre faroles.
Desnudarnos los dos no es una fiesta
Pues la noche se ha vuelto tan siniestra
Que hasta asustan los besos y las flores.

Ya no es tiempo tampoco que te diga
Estas cosas, amor, con mi guitarra.
Pero es que tiene que oírse en esta quinta,
Mientras la luz de la luna se despinta,
Aunque sea el chirriar de una cigarra.





VEN...

Ven. Pon tus manos aquí. Este es uno
de los muchos y blancos huesos de la Muerte.
¿Lo ves? Es el más antiguo de todos.
Ralla con él hasta formar una niebla impenetrable
Y duérmete bajo su lámpara. Defiéndela. No dejes que se quiebre.

Ahora ven acá. Mira esta rosa.
Es toda la Vida que se ha quedado inmóvil
Para que no te embriaguen sus pétalos y puedas
Contemplarla o tocarla.
Entra en ella y sé un elfo de su aroma
O descifra las infinitas voces
Que ululan en su rojo laberinto.

Esta cesta de manzanas es el Amor. Mira sus formas.
¿Ves cómo el crepúsculo y la hierba
Se han unido para exornar sus cuerpos?
Las esculpe un hontanar de sangre inmarcesible
Y caen de pronto en tus manos sin que puedas sostenerlas.
Tómalas, nada más. Las que cayeron, déjalas.
No te interpongas en su tránsito a lo invisible.

Y este árbol en llamas es la Verdad.
Mas lo que quema son sus hojas y el fuego lo quemado.
¿Sientes el hielo de su luz?
Lo que crepita es la Duda y la Mentira. Son sus pájaros.
Bajo su sombra no hay sosiego
Y sus frutos caen en sentido contrario, hacia la Noche.
Es mejor que no lo toques. Pasa de largo.



ODA AL SONETO


GLORIOSA cárcel del reo delirante,
Murallón con sus catorce alabarderos,
Geometría del espacio, burladeros
Del toro azul y el torero desafiante.

Viejo panida, mecánico y errante
De mundo a mundo; ábrego con luceros,
Caballito de la mar de los joyeros,
Semana doble y sin luna del amante.

Tambor fantasma, rumor de los rumores,
Trigo al que cuidan espanta-ruiseñores,
Clavel verdugo, sermón ajusticiado,

Yo, mal Quijote, te rindo mi armadura,
Querer libar en tu flor fue mi locura
y batallar contra ti, mi peor pecado.



COMO LOS PECES

Los peces no transitan por el agua.
Son el agua.

Como nosotros - transparentes, invisibles-
Al borde de no ser sobre una piedra
Que crece amamantada por la noche.

No nos hace el amor.
Somos más bien su carne que se apaga,
Larvas donde la luz combate la hecatombe
Y la vida no tiene semejanza.

Como los peces, sin embargo,
Nos miramos
Porque el agua nos hace transparentes,
Porque el agua - creyéndonos reales-
despliega su locura en nuestras pieles
E intenta separarnos
Con un cuchillo rojo inútilmente.

Como los peces: nosotros, los amantes.

1 comentario:

Eduardo dijo...

Y este árbol en llamas es la Verdad.
Mas lo que quema son sus hojas y el fuego lo quemado.

Bravo.

Por la 'Oda al soneto', me acorde de un poema llamado 'Parto con dolor' de un poeta chileno llamado Eduardo LLanos. Lo comparto contigo.

Parto con Dolor

Bien, acepto tu reto, retórico soneto,
y me meto en tu celda de catorce barrotes
donde las rimas silban como aquellos azotes
que un abuelo ceñudo descarga sobre el nieto.

Me someto al dictado de ese viejo son neto
cuyos ecos evocan torturas con garrotes
y entrechoques de grillos que exhaustos galeotes
arrastran como pena por faltarte el respeto.

Tras tus rejas practico, tenaz, esta esgrima
y afilo en tu faja mi mellada navaja
para tajar el verso si en tu caja no encaja.

Con esta áspera rima a manera de lima
(que me arroja en un ojo la herrumbre del cerrojo),
me desenjaulo y parto, tuerto, tullido y cojo.