lunes, 26 de noviembre de 2007

AGRAVIANTE “DESAGRAVIO” A VALLEJO


El departamento de La Libertad tiene un drama que hasta ahora no puede resolver: aquí nacieron dos personajes cuyos ideales políticos son abiertamente antinómicos: Víctor Raúl Haya de la Torre y César Vallejo. El primero fundó en 1924 un partido de carácter continental, el APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana), y años más tarde una sección peruana, el PAP (Partido Aprista Peruano) que en 1932 lideró en Trujillo una revuelta frustrada contra la oligarquía peruana. Desde un primer momento, Haya de la Torre se propuso combatir, primero en forma soterrada y después abiertamente, la ideología marxista sembrada por José Carlos Mariátegui y el Partido Comunista que éste fundó en 1928. Vallejo, por su parte, adhirió a las tesis de Mariátegui y ese mismo año, desde París, rompió con el líder trujillano, repudiando “al partido aprista por la orientación contrarrevolucionaria que le insuflan las nuevas teorías de Haya de la Torre, su jefe”. La obra escrita y la acción política de Haya de la Torre han caducado; la una por tratarse de un centón lleno de baratas fórmulas ideológicas destinadas a justificar su postura antimarxista; la otra por lo que todos los peruanos sabemos: el partido aprista es ahora sólo un brazo político de lo más graneado del neoliberalismo y acaso una de las instituciones más corruptas y antipopulares que se conozcan en el país. En cambio, la obra literaria y la acción ética y política de Vallejo, continúan en absoluta vigencia. Con todo, la historia le concedió una ventaja a Haya de la Torre: vivió hasta 1979, mientras que Vallejo murió en 1938. Este handicap le ha permitido a los apristas manosear la vida, la obra y la memoria de César Vallejo según su retorcido e interesado criterio.

En vista de que la figura literaria de Vallejo se ha impuesto en el mundo hasta ocupar espacios insospechados, junto a Shakespeare, Dante Alligheri, Joyce y otros gigantes de la literatura universal, los apristas no han tenido más alternativa que intentar “digerir” su imagen, limando previamente todas aquellas asperezas propias de su condición de ideólogo y esteta del marxismo. Hasta hace poco, corrían el bulo de que Vallejo había sido militante del APRA. Dejaron de hacerlo sólo cuando los documentos y testimonios fueron irrefutables. Han escrito innumerables artículos tratando de convertirlo en el “gran amigo” de Haya de la Torre, fundaron el Instituto de Estudios Vallejianos sólo para evitar que “los comunistas” materialicen esa idea. Y hoy por hoy, le rinden “homenajes” para convertirlo en “poeta cristiano” o en una suerte de filántropo edulcorado e inofensivo. El máximo atrevimiento de los apristas ocurrió al finalizar el primer gobierno de Alan García, cuando intentaron traer los restos de Vallejo al Perú para presentarse como sus “reivindicadores” ante la comunidad internacional. Escritores e intelectuales de todo el mundo protestaron ante semejante propósito y lograron desenmascarar las intenciones de García y sus áulicos. Adjunto a esta nota un artículo que escribí en Piura sobre el tema.

Pero como el APRA no cesa de tramar contra Vallejo y el marxismo, su último manotazo ha sido montar un “desagravio a Vallejo” realizado a trío entre la Corte Suprema de Justicia, la Universidad Nacional de Trujillo y el APRA ( 14, 15 y 16 de noviembre del 2007). Algunos días antes de la inauguración del evento, apareció colgado en el céntrico local de la Universidad un horroroso afiche donde se mostraba a Vallejo tras las rejas. En éste y en los trípticos que se repartieron después, se leía: “Desagravio a Vallejo. De juez a injusto reo”. Lo de “injusto reo” es además una gruesa incorrección idiomática, pues tal vez lo que quisieron decir fue “reo de la injusticia”. Pero como su propia conciencia los traiciona escribieron el agraviante adjetivo “injusto” al pie del sustantivo “reo”. Es decir, que aparte de prisionero, Vallejo fue un hombre injusto. ¡Vaya con los doctos desagraviadores del poeta! Ahora veamos los retruécanos (entre otros) que el “doctor” Francisco Távara ( actual presidente de la CSJ) escribió en dicho tríptico: “La universalidad de Vallejo como creador es una consecuencia más del mensaje de lo que dejó escrito en defensa de la humanización del mundo, en su lucha permanente por la fraternidad, por la justicia, por la igualdad, por la libertad y el bien común, lejos de los argumentos de la sociedad consumista y superficial.” Si Vallejo leyera esta descripción de su pensamiento político, estoy seguro que lanzaría una de esas sonoras carcajadas con las que solía burlarse de la estupidez y la ignorancia de alguno de sus contemporáneos. No, “doctor” Távara, Vallejo no fue un jacobino, Vallejo fue un marxista en toda la extensión de la palabra.

Parte de esta comparsa han sido Víctor Sabana Gamarra, Jorge Kishimoto, el inefable César Ángeles Caballero, el profesor Wellington Castillo Sánchez y el crítico “estructuralista” Francisco Paredes Carbonell. ¿Cuál será el próximo “homenaje” del APRA contra César Vallejo? Esperemos. Con toda seguridad que sacarán uno de debajo de la manga.


CARNETS

En Trujillo no hay un solo monumento público a César Vallejo.

La calle más sucia de Trujillo se llama César Vallejo.

El Colegio donde enseñó Vallejo y que está ubicado en la Plaza de Armas de Trujillo se llama “Pedro Henríquez Ureña”.

El Instituto de Estudios Vallejianos está conformado por cuatro ancianos con Alzheimer que no permiten la incorporación de nadie más a su institución.

En todo Trujillo no existe un archivo de las obras de Vallejo.

En la Universidad Nacional de Trujillo no existe la Cátedra Vallejo.

En la Feria del Libro de Trujillo, que ocurre todos los años, se evita la imagen y la mención de Vallejo.

En la Municipalidad de Trujillo no hay un cuadro de César Vallejo.

A los apristas los "revienta" que Vallejo no haya escrito un sólo verso sobre su cacareada "Revolución del 32".

Reivindicar a Vallejo en Trujillo te convierte en un apestado.






ME MORIRÉ EN PARÍS

Alberto Alarcón

Hace unos días, el maestro Juan Antón y Galán publicó en estas mismas páginas una nota titulada “¿Por qué Vallejo sigue en París?”, cuya parte final decía:

“Manifiesta, pues, la firme posición de Georgette Phillipard, queda ahora al gobierno de la nación la tarea de asumir la responsabilidad de activar gestiones ante el gobierno francés y concretar el anhelo de que los restos de una de nuestras más preclaras glorias retorne al seno de la patria.”

Es en torno a este pedido del conocido maestro sanmiguelino que quisiera permitirme ahora una opinión discrepante.

César Vallejo es, sin duda, el poeta peruano más descollante dentro de las letras hispanoamericanas. Él, al igual que Rubén Darío, vació en el molde cervantino emociones y sentimientos nunca antes expresados por escritor alguno. Es “el poeta de una estirpe y una raza”, como dijera José Carlos Mariátegui en sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. Pero no de una estirpe y una raza confinadas a los estrechos límites del Perú, pues desde su primera obra, Los heraldos negros, subyace en nuestro poeta un acento americanista profundo que más tarde se traduciría en universalismo, sin margen posible para nacionalismos superficiales o chauvinismos fáciles.

El Perú de César Vallejo es el Perú de los parias, el de “los campesinos vidriados de sudor” y el de los mineros “del socavón en forma de síntoma profundo”. Para Vallejo, el Perú no es “el sentimiento idealista de la tierra y de sus paisajes”, como alguna vez quiso un tal Ramón de Dolarea (profesor español del Opus Dei, afincado en Piura por los años 70). Más que unos cuántos miles de kilómetros cuadrados, la patria para Vallejo fue esa que él denuncia y profetiza en El tungsteno; es decir una patria utópica, no la patria real. Cuando Vallejo escribe: “Perú del mundo y Perú al pie del orbe” es justamente cuando llega al convencimiento de que la patria auténtica sólo es posible dentro de un orden internacionalista, al cual Vallejo adhiere por filiación de vida y filiación de ideas.

Todo el proceso vital del poeta tuvo destino de universalidad. Muertas sus esperanzas de retornar al país con el exclusivo propósito de hacer causa común con los desposeídos en sus incipientes luchas de liberación, Vallejo comprende que está llamado a la noble y dolorosa tarea de ser un ciudadano y un combatiente del mundo. Su expulsión de Francia y luego la Guerra Civil española le revelan la dimensión de su compromiso y sus deberes. Después de doce años de silencio, en medio de los mayores dolores que puedan sacudir el alma de un hombre, escribe las estremecedoras páginas de España, aparta de mí este cáliz. Y cuando muere, en 1938, de acuerdo al testimonio de quienes asistieron a sus últimas horas de agonía, no lo hizo pronunciando el nombre del Perú sino el de España, que en ese momento simbolizaba la lucha del Hombre contra el oscurantismo y la regresión. (“Allí…pronto…navajas…Me voy a España”, fueron sus últimas palabras.)

París fue para Vallejo lo que el desierto para Moisés. Allí padeció el fuego y los martirios de la purificación antes de recibir las Tablas Sagradas de una poesía profundamente humana, descarnada y nueva. Cuando Francia lo condena a su segundo destierro, en 1930, lo hace en una lucha frontal, no contra el artista, sino contra el militante convicto y confeso de la ideología marxista. Por paradójico que parezca, Francia se pone a la altura del poeta y lo combate con sus armas más poderosas. Francia es también, sin embargo, la estación de sus júbilos. Allí conoce a importantes poetas de su tiempo y obtiene sus primeros trabajos como periodista internacional. En 1928, París recibe con calores de hogar al reportero de la Rusia revolucionaria; y en 1929 le entrega el fervoroso amor de Georgette Phillipard, la esposa que lo acompañaría más allá de la muerte. Por último, y por propia voluntad del poeta, Francia se convierte en la depositaria de sus restos. “Me moriré en París con aguacero,/un día del cual tengo ya el recuerdo./Me moriré en París y no me corro,/ tal vez un jueves como es hoy de otoño”. París “un sitio muy grande y lejano”, como él mismo lo llamara en uno de sus poemas, fue siempre para Vallejo el único refugio posible para los hombres que aman el pensamiento y la libertad.

En el Perú, Vallejo fue escarnecido, vapuleado y torturado por la envidia y la crueldad pueblerinas. Antes de que el poeta publicara su primer libro, Los heraldos negros, Clemente Palma, hijo del ilustre tradicionista, incapacitado para comprender la poesía de Vallejo, lo mandó regresar a su pueblo y dedicarse a la siembra de papas o bien a ofrecerse “en calidad de durmiente en el tren a Malabrigo”. En 1923, el Perú lo condenó durante 112 días a una asquerosa cárcel trujillana, que lo haría escribir más tarde: “El momento más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú”.

El “Perú oficial”, el único que resultaría ahora beneficiado con la repatriación de sus restos, le negó en repetidas ocasiones, por vía de la conjura silenciosa, su retorno al país. Este mismo Perú fue el que durante treinta años ha mantenido a su viuda en medio del silencio, la indiferencia y la miseria. El mismo Perú que hasta hoy no levanta la orden de captura contra el poeta. Aquí es donde más se le ha combatido y se le ha negado. Aquí, en su propia patria, contrariando la historia, se ha pretendido convertirlo en aprista, en místico, en poeta maldito, en europeísta y hasta en agente a sueldo del comunismo internacional. En 1972, el joven poeta Enrique Verástegui, ebrio de irreverencia y dandismo aldeano, proclamó a todos los vientos la liquidación de Vallejo como poeta.

Con estos “pergaminos”, el Perú oficial tiene la obligación imperiosa de dejar en su paz parisina el cadáver de nuestro insigne aeda. No le asiste ningún derecho para apropiarse los restos físicos de un soldado internacionalista al que su patria sólo le dio insultos, silencio y prisión. Los peruanos que valoramos en Vallejo al hombre, al pensador y al artista somos los albaceas legítimos de su espíritu, de ese espíritu que no necesita de rituales funerarios, y a veces ni siquiera de una tumba, para perpetuarse en la memoria y el corazón de los hombres. Quienes abierta o solapadamente quieren tergiversar ese espíritu son los que ahora pretenden “reclamar” y traer al Perú los restos del “shulca”, arguyendo hipócritas motivaciones de adhesión y nacionalismo barato. No permitamos, pues, que éste o cualquier otro régimen a los que estamos acostumbrados, intente pasar a la historia como el “gran reivindicador de Vallejo, la cultura, la democracia y el nacionalismo”. Pongámonos de acuerdo: a un “cadáver lleno de mundo” le corresponde una ciudad llena de mundo como es París. (Diario El Correo de Piura, 20 de diciembre de 1982)



2 comentarios:

L. M. Armas dijo...

Te faltó agregar en los CARNETS: ¿Por qué la universidad más vulgar, luego de la Nacional, se llama César Vallejo?

trujillounder dijo...

1.por los 100 años de vallejo la municipalidad decidio editar 100 obras de escritores...nunca llegaron a 100.
2.La escultura a vallejo que habia en la plazuela recreo la retiraron por que la maltrataron y dijeron q la iban a arreglar...donde esta?.
3. el mes pasado en lima se edito un cd de musica rock con los poemas de vallejo, un grupo trujillano participa, el productor y el grupo trujillano nunca recibieron auspicios de trujillo, una lastina terrible...
4. el alcalde de trujillo uso los trazos de vallejo, realizado por picasso. era el logo de la ucv...nunca pidio permiso a los herederos de picasso y cuando ellos decidieron enjuiciarlo el ahora alcalde prometio pagar los derechos de autor y usar pero nada de nada.
5. el colegio cesar vallejo ubicado en la av. cesar vallejo da pena, parece mercado.