viernes, 8 de agosto de 2008

LIBROS DE A SOL



En el curso de un seminario sobre comprensión lectora, una maestra me preguntó, lamentándose: “¿Por qué a mis alumnos no les gusta leer?” “Muy simple ­– le respondí, con una pizca de ironía –porque son niños sanos”. La maestra sonrió, pero de inmediato me pidió que le explicara mi respuesta. Un aspecto de las explicaciones que le di a mi interlocutora en aquella ocasión es lo que trataré de exponer en esta nota.

A leer, como a comer, a vestirse o a tratar con los demás, se aprende. No existen los lectores de nacimiento puesto que la escritura, el libro y la lectura son hechos culturales, es decir creaciones humanas cuyo conocimiento y ejercicio demandan de un proceso de aprendizaje, con frecuencia largo y a veces infructífero. No me ocuparé ahora de los muchos aspectos que tiene este aprendizaje ni de los diversos enfoques que existen sobre él. Me referiré sólo a la calidad de los libros con los que los padres de familia y maestros tratan de conseguir el tan ansiado hábito lector en sus hijos o en sus alumnos.

Así como nadie puede habituarse a comer sin alimentos, nadie puede habituarse a leer sin libros. Esto que parece una verdad de perogrullo tiene, sin embargo, sus bemoles. Vayamos a un ejemplo concreto: imaginemos a una madre que alimenta a su pequeño con comidas desagradables o en mal estado. La respuesta del niño será naturalmente un rechazo a esos alimentos y, lo que es peor, a la necesidad cotidiana de alimentarse. Tendría que estar fuera de sus cabales la madre que pretendiera - en semejantes condiciones - tener un hijo rozagante y deseoso de comer.

Lo mismo sucede con los libros. Si lo que buscamos es tener hijos o alumnos lectores tenemos que preocuparnos seriamente porque los textos que les ofrecemos no sean desagradables ni se encuentren en mal estado. Lamentablemente, el viejo fetichismo de que los libros valen por el sólo hecho de serlo, así como la indolencia de autoridades, padres y maestros frente a la necesidad de conocer algunos principios elementales de lo que es el hábito lector, son causa de que pasemos por alto la calidad de los libros que leen nuestros niños en casa o en el aula.

Los “libros de a sol”, esos que se ofrecen en las llamadas “ferias de libros”, son los materiales de los que se valen padres y maestros para intentar convertir en lectores a sus niños. Me he dado el trabajo de revisar una cantidad considerable de ellos y puedo afirmar rotundamente que ninguno sirve. Es asombrosa la cantidad de erratas, gazapos, dislates, inexactitudes, y otras impurezas de que están plagados. Siguiendo con la metáfora de los alimentos, podríamos decir que se trata de siniestros platitos de arroz con gorgojos y carne malograda. Un par de pruebas al canto: el Platero y yo, que es flor de elegancia estilística, ha quedado convertido en una suerte de Chuky literario debido a los remiendos y disparates que han hecho con el texto; José Diez Canseco, autor de ese magistral cuento que es “El trompo”, según estos nauseabundos editores, vivió 444 años, pues nació en 1505 y murió en 1949. Podrían escribirse cinco tomos con las aberraciones que contienen estos “libros de a sol” que, dígase de paso, se expenden sin control alguno y se compran con esa confusa inocencia que dan la ignorancia o la estupidez.

Cuando la profesora replicó diciéndome que la ventaja de estos libros es que son baratos, le dije que siguiendo su lógica y la lógica de mi metáfora, le invitaba un menú de a sol en el mercado de La Hermelinda: un cabrito descompuesto y un refresco con salmonelas, que me lo aceptara porque era un menú más barato que los convencionales. La maestra volvió a sonreír, pero como era previsible, no aceptó mi invitación.

1 comentario:

Luis Ernesto dijo...

Completamente de acuerdo. Es demasiado frecuente el caso de que no es tanto la materia lo que ahuyenta a los jóvenes sino el modo en que es presentada por lo pedagogos. Yo diría que pasa lo mismo con la matemática.