sábado, 16 de agosto de 2008

UN POEMA DE GONZALO ROJAS

Estuve en la última Feria Internacional del Libro de Lima. Tuve ocasión de volver a ver y oír al gran poeta chileno Gonzalo Rojas, y hasta el atrevimiento de obsequiarle mis libros. Está por encima de los noventa, pero se le ve rozagante, con ese gesto de viejo chocho y desparpajado que lo caracteriza. El sábado 2 de agosto se presentó en el auditorio “Ricardo Palma”. Cuando empezó a leer sus versos, afuera se hizo una barahúnda de los mil demonios. Y entonces el viejo Rojas lanzó una catilinaria contra el ruido, esa insufrible perversión de nuestro siglo. ¿No pueden cerrar esa puerta?, preguntó. Pero no se podía, era una mampara rígida y los organizadores no habían previsto que un poeta se molestara por algo así. El bardo aprovechó para leer su poema “Al silencio” que termina diciendo “porque estás y no estás, y casi eres mi Dios, y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro”. Me acordé de Sábato, de Cernuda, de mí mismo y de todos los que odiamos el ruido, que es la antítesis de la armonía.

Según propias declaraciones, la única utopía que fascina a Gonzalo Rojas es la del amor porque “ésa no muere”. Por ello, toda su poesía está llena de este sentimiento que él escudriña con la minuciosidad de un entomólogo, no sólo desde lo erótico sino desde todo aquello en que se pone a prueba el corazón de los humanos.

La poesía de Rojas es sencilla, pero no como una fácil concesión a sus lectores, sino como resultado de someter su verbo a un conocimiento ensimismado y excluyente de los temas que aborda. Por eso no cae en la trampa de la retórica, que suele crear, entre los bardos de aguachirle, el espejismo de la inmortalidad. Para Gonzalo Rojas ser poeta no es estar “en la vitrina literaria de las librerías, en los aplausos.” Es –por el contrario- ponerse a esperar que el tiempo lo olvide o lo revele.

Esta vez presento a mis lectores uno de sus poemas que más me gusta.


¿QUÉ SE AMA CUANDO SE AMA?

¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz
terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se
halla, qué
es eso: amor? ¿Quién es? ¿La Mujer con su
hondura, sus rosas, sus volcanes,
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella hasta las últimas raíces?

¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay
mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en partículas
fugaces
de eternidad visible?

Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder
amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado
siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo
Paraíso.

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