
Según propias declaraciones, la única utopía que fascina a Gonzalo Rojas es la del amor porque “ésa no muere”. Por ello, toda su poesía está llena de este sentimiento que él escudriña con la minuciosidad de un entomólogo, no sólo desde lo erótico sino desde todo aquello en que se pone a prueba el corazón de los humanos.
La poesía de Rojas es sencilla, pero no como una fácil concesión a sus lectores, sino como resultado de someter su verbo a un conocimiento ensimismado y excluyente de los temas que aborda. Por eso no cae en la trampa de la retórica, que suele crear, entre los bardos de aguachirle, el espejismo de la inmortalidad. Para Gonzalo Rojas ser poeta no es estar “en la vitrina literaria de las librerías, en los aplausos.” Es –por el contrario- ponerse a esperar que el tiempo lo olvide o lo revele.
Esta vez presento a mis lectores uno de sus poemas que más me gusta.
¿QUÉ SE AMA CUANDO SE AMA?
¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz
terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se
halla, qué
es eso: amor? ¿Quién es? ¿La Mujer con su
hondura, sus rosas, sus volcanes,
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella hasta las últimas raíces?
¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay
mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en partículas
fugaces
de eternidad visible?
Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder
amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado
siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo
Paraíso.
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