
Los templos cristianos fotografiados por Chambi están cargados de soledad y luz, sus claroscuros exhalan aún oración y recogimiento. Machu Picchu, Sacsayhuaman y el Templo del Korikancha están capturados en esa majestad que sólo saben conferir el tiempo y el misterio. El retrato de esas piedras sugiere rostros y labios de extraños seres que se agitan, convocan y dominan.
Pero tal vez lo más importante de Chambi resulte su papel de cronista gráfico, su franca capacidad de denuncia y su amor por el pueblo. “La Fiesta de las nieves” es, desde este punto de vista, uno de sus más hermosos documentos. Se trata de una multitud de indios, convertida, gracias a la mélica retina del fotógrafo, en la metáfora de un camino, en un soterrado canto a la magnífica soledad del ande. Su ya famoso “Nativo de Paruro” es otra fotografía igualmente intensa y testimonial. Es, en cierta forma, el símbolo y el epítome de la obra de Chambi. Perenniza a un indio extraño, un gigante desarrapado con la mirada puesta en nosotros y contra nosotros.
En este inventario de la época, está también el boato, la sensualidad, el dolce far niente de una clase representada por una dama cuzqueña, la kafkiana crueldad de la justicia graficada en su “Audiencia en la Corte Superior del Cuzco” y acaso la plétora del poder en esa fotografía donde un hacendado navega sobre un mar de papas cosechadas.
Martín Chambi es, sin duda, el otro Garcilazo Inca que nos faltaba.
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