domingo, 1 de julio de 2007

LA CAPTURA

Los capturamos anoche. Momentos antes, al atardecer, habían logrado pasar a través de la sala de fumar y, según parece, habían dado violentos mordiscos a los canceles; dejaron jirones de éstos regados por todas partes. Un vecino se animó a contar que en un primer momento los vio correr por los techos y luego refugiarse en la cochera de don Federico. Hasta ese momento, todo les iba saliendo a pedir de boca.
La señora de la bodega ni siquiera sospechó que habían pasado por sus narices y el grifero contó, riéndose, que habían tenido tiempo hasta para mezclar la gasolina con unas cuantas disonancias de sus guitarras, por lo que esta vez estaba casi seguro que los comandaba El Blanco. En realidad les habíamos perdido la pista. A eso de las siete de la tarde nos pareció que para capturarlos, el uso de las llantas grises y las alas de papel eran artificios inútiles. Entonces se nos ocurrió lo de las redes embadurnadas con sal.
No nos equivocamos. El Blanco asomó los pelos por las azoteas que dan a la ribera del río y vimos la sombra de los otros aferrados a sus toscos instrumentos. A mí me pareció oírlos ensayar un fragmento algo destemplado de Prokofiev y que el último de ellos, el de sombrero de copa, no tocaba con las manos sino con un hato de hierbas que movía rítmicamente con una destreza increíble. La noche empezó a jugar a favor de nosotros.
Cayeron sin oponer resistencia. Se mostraron más bien como resignados, aunque no dejaban de chuparse los dientes ni de cambiar de colores, como acostumbran hacerlo cuando algo los incomoda. No bien los arrojamos sobre las redes, se sosegaron. En un principio, la sal se hizo pequeños grumos en los delicados estambres que los cubrían, pero luego fue entrando en sus cuerpos como una pasta serena e indolora. El Blanco se puso colorado y El Gitano, quien se encarga de fotografiarlos para que no se confundan, no dejaba de disparar su aparato perturbando la noche. Cuando los estábamos subiendo a la carroza, uno de ellos empezó a vomitar plumas rosadas hasta formar una especie de colchón, donde los otros se fueron acomodando tranquilamente y sin chistar.

1 comentario:

Javier Alarcón dijo...

Si el Blanco fuera "El Chino" y si en vez de Prokofiev hubiesen ensayado alguna teknocumbia, hubiese pensado que era la versión lírica de la persecución que la Procuraduría Anticorrupción ha desplegado contra el Fujimorismo. Sobre todo porque "tarde se percataron que las alas de papel eran artificios inútiles" jejeje...yo me entiendo...