sábado, 7 de julio de 2007


LAS COPLAS DEL DESTERRADO



I

Iba a estar, pero no estoy.
Me da aliento una saeta,
palimpsesto de un poeta
Que oblitera cuanto soy.


II

Muro de mi propio muro,
Soga de mi voz cautiva,
Troto en el mundo de arriba
Y amo a dios por claroscuro.


III

Si de pájaros se trata
Fui bosque sin aspavientos,
Toco tierra por momentos
Con un palo de pirata.


IV

Dueño de hilachas, poseso
De un rumor y cierto tizne;
Amanso el candor del cisne
Y levito porque peso.

V

La vida me dio manojos
De llaves despedazadas,
En la mar: puertas cerradas,
En tierra: siempre cerrojos.



VI

Un gorrión yendo a morir
Me enseñó que todo es vano.
Amable el árbol lejano
Y el que nos ampara hostil.


VII

Mal olmo de buena yema,
Multipliqué mis raíces.
Manos vacuas, infelices,
Tras el caudal del poema.


VIII

Ajeno a mis propios ritos,
Huérfano de nunca estarlo,
Trajino, me escondo, parlo,
Sé lo que es callarse a gritos.

IX

Eso que baja es un ave
Y lo que asciende una piedra.
Doy a la flor que no medra
Mi aljófar, mi sol, mi llave.

X

Una mano es a oscuras
Lo que me salva y libera,
Barcarola en agua fiera,
Puerto de mis singladuras.

XI

No hay nadie. Sólo el ocaso,
Que es una mancha violeta.
Hay tardes en que el planeta
Es la imagen del fracaso.

XII

En una de ellas vi un día
Sobre un camastro a mi hermano.
Lo vi tan triste y lejano
Que no sé si lo veía.


XIII

De la nada y de un aroma
A mar de puerto, ¿qué puedes
Sino inventar en tus redes
Un fantasma de paloma?


XIV

La bondad de una ventana
Y el vuelo de dos gaviotas
Son las causas más remotas
De mi perpetua pascana.


XV

La noche nunca es distinta
Para la estrella que miente,
Pero para quién la siente
Es otra y otra, distinta.


XVI

De tanta lumbre que tuve
No vi ni el viento ni el agua.
Obrero de yunque y fragua,
Perdí el rastro de la nube.


XVII

Si es que vas por un sendero
Más atento a las espinas
Que a la luna, no caminas
Como lo hace el buen viajero.

XVIII

Cuánto amé la luz del ciego
Y el afán del campanario.
En un patio solitario
Me volví amante del fuego.


XIX

Plumas en llamas, palores
De un ángel encadenado.
¡Qué asuntos no habré soñado
cuando no con ruiseñores!

XX

El aire es como el cabello
del misterio y me contiene.
Pero hay algo cruel que viene
Con el aire y da en mi cuello.


XXI

Nunca sabremos qué es eso
Ni por qué tanta certeza.
¿Es un puñal la belleza?
¿Muerte de una voz el beso?


XXII

No sé dónde queda el norte
Ni el sur de las cosas mías,
Confuso en geografías
No hay bajel que me soporte.


XXIII

El viento queda en el viento
Y la estrella donde asoma.
Es como ir a una paloma
Preguntarle al pensamiento.


XXIV

Nunca sabe el que interroga
A la razón lo que sabe
El hondo mar de la nave
O el suicida de su soga.

XXV

No tengo morada. Vivo
Con los míos en destierro.
Mi propia patria es el hierro
De la cárcel donde escribo.


XXVI

Si no fuera pobre el tordo
Y su canto un aire vano,
¿Con qué otra cosa el arcano
le hablaría al hombre sordo?


XXVII

Pido humildad a la yesca
Y al árbol su mansedumbre,
A lo oscuro que me alumbre
Y a la luz que me oscurezca.


XXVIII

Pido al habla de la hoguera
Y al cantar de los gorriones
Que yo no tenga canciones
Donde la muerte no muera.

XXIX

Cuántas lunas he mirado
Y qué poco guardo de ellas.
Borrar sin piedad sus huellas
Es la labor del pasado.


XXX

Y porque este canto acabe
Entrego esta copla umbría,
Me la dijo alguien (...quién sabe)
A quien algo le dolía:


XXXI

La vida es como un juguete
En manos de un loco triste,
O como un grano de alpiste
Que nos regala la muerte.





2 comentarios:

L. M. Armas dijo...

Cojonudo, poeta, cojonudo... Un abrazo.

Harold S. Alva Viale dijo...

un abrazo Alberto. Siempre es un placer leerte.