domingo, 29 de julio de 2007

Dos cuentos breves

LA HORA

De pronto, la vieja Anastasia Flores repara en que no está escogiendo el arroz sino contándolo. Se ha detenido en el número dos mil ochocientos veintiuno. “Es tarde”, dice sin decirlo, recordando que unos momentos antes la luna estaba arriba alumbrando su soledad. Sigue escogiendo, pero no escoge sino que cuenta. Los números le salen de la boca imperiosos, como ajenos a su propia voluntad.
Las llamas de la leña de su cocina crecen hasta casi tocarla. No hace caso y sigue escogiendo, mejor dicho contando los granitos de arroz. Las llamas aclaran una sonrisa torpe en su cara plagada de minuciosas arrugas. La vieja recuerda que cuando niña, luego de las comidas y al resplandor tembloroso de un achón, la voz ahuecada de su abuelo les decía:
—Así es con los malos... En el infierno, el demonio les hace contar arena o montoncitos de arroz, grano por grano.



EL ZAPATO

El domingo pasado, Luis Eduardo García despertó como de costumbre, a las nueve y treinta de la mañana. Jaló los zapatos para ponérselos, pero algo imperioso lo detuvo a mirarlos como suele hacerse con los zapatos recién comprados. Uno de ellos, el derecho,... comenzaba a crecer. Incrédulo, se fregó los ojos y se burló para adentro de sus propias fantasías. Cuando volvió a mirarlos, el zapato que crecía había ya doblado en tamaño a su par. García lo levantó a la altura de su cara, y oyó los peculiares ruidos de un zapato en expansión. Lo soltó, y recostado en la pared de su cuarto se puso a contemplar cómo el zapato se iba haciendo más y más grande. Cuando éste tropezó con la puerta, su crecimiento tomó un rumbo vertical y otro horizontal. Minutos después, saturó el cuarto, rompió los vidrios de la ventana y empezó a crecer con desenfado por las otras paredes de la casa. García sintió nublársele los ojos y cayó sobre el cuero del piso, desmayado.
Hoy ha despertado en su cama del hospital. Es una tarde sombría, y las enfermeras y médicos se desplazan apresurados consultando a cada momento sus relojes. García siente en el aire un olor a cuero recién lustrado que le resulta familiar. Levanta el cuerpo sobre su cama y atisba casi con miedo por la ventana: el cielo es una gigantesca bóveda de cuero, y la luz que penetra por lo que sin duda son los ojalillos del zapato, ofrece a sus ojos un asombroso simulacro de estrellas.

1 comentario:

L. M. Armas dijo...

¿Y cuándo haces un cuento con un personaje llanmado "Luchito Armas"?